30 de septiembre de 2012

Cuando se buscan motivos a las cosas, pierden todo su encanto



Eso me dijiste y yo obviamente te creí. Ahora desde la distancia de mi sofá, pienso que quizá fuera cierto aunque ni tú mismo lo creyeras. Simplemente pasó, nuestros aromas se intercambiaron por un momento y tú dejaste de ser tú para pasar a ser yo, mientras yo era tú. Ahora arranco a jirones esa piel que dejaste encima de la mía y borro con mi esponja los tatuajes de tus huellas. ¿Qué otra cosa podría hacer? Buscar motivos está de más. El silencio era inminente y dejar que no llegara invadiéndolo todo con ecos era un plan absurdo. Ahora no hay plan, más allá de olvidar tu existencia inmortal. Resultaste ser un avestruz avampirado de lo más mediocre y yo siendo la última en enterarme... Ya he pasado por muchas de las fases pertinentes, pero en descuidos noto que mis neuronas se reinician y vuelven una y otra vez al inicio del trayecto. Un bucle de idiotismo el mío.

Me pregunto si callaste precisamente por eso, por que empezaste a buscar los motivos que te llevaban siempre hasta mis brazos y perdí el encanto. O puede que sencillamente todo te resultara excesivamente complicado. Quizá nunca lo sepa. Lo que si sé es que inevitablemente a ti también te invadirán los recuerdos de algo que nunca pasó. Y callarás. Y girarás la cabeza hacia otro lado para descubrir que vuelvo a estar ahí de forma casi imperceptible... en tu camino al trabajo, en tu coche sentada a tu lado, detrás tuyo en la moto, compartiendo cervezas en bares perdidos o lamiendo heridas ajenas entre sábanas. Y puede que un día, cuando busques abrazar mis piernas en los semáforos en rojo y descubras que yo no estoy ahí, seas capaz de aceptar lo mucho que me estás echando de menos. Aunque ya, ¿qué más da lo mucho o poco que me añores? Si en esta peli de clase B que montamos con tanto esmero hace rato que salen los créditos que indican su final.

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