Cambios en las estructuras mentales que te
hacen pasar de una emoción a otra sin a penas darte tiempo a pestañear. ¿Y no
es eso vivir?
De pronto, sientes una serie de cosas cuando
interpretas una realidad compleja de una forma subjetiva (como siempre son todas
nuestras interpretaciones). Hasta que llegan nuevos datos y te hacen cambiar tu
forma de ver las cosas y por lo tanto,
tu forma de sentirlas. Entonces es cuando piensas aquello de: Donde dije digo,
digo Diego. Y vuelves a reestructurar tus neuronas en un intento casi suicida
que siempre acaba persiguiendo el mismo fin: ser feliz.
Sí, sólo somos un conjunto de neuronas que
conectan y desconectan a su antojo, pero decidimos nosotros con cada nuevo paso
que damos. Qué fantástico ese libre albedrío que nos han regalado, aunque
siempre esté supeditado a miles de condiciones, muchas de ellas sociales. Pero
desde la más irrisoria de las decisiones a la más compleja, todas ellas, pasan
por nuestro escáner cerebral, son puestas en una balanza a veces conscientemente,
otras de forma inconsciente; y decidimos andar por un camino, mientras
renunciamos a otros. No sé cuantas veces me voy a preguntar porqué decidí según
qué caminos, ni si algún día dejaré de pensar en “qué hubiera sido de mi vida
sí…”. Pero supongo que nadie está 100% convencido de lo acertadas que han sido
todas sus decisiones.
Yo solo intento ser un poco más realista,
aunque a veces siento que si siendo soñadora me va bien, no sé por qué extraña
razón debería cambiar. Quizá por que no es bueno para mi salud mental estar
colgada siempre de una de las puntas de la luna…más que nada, por que como
buena licántropa, siempre caigo irremediablemente las noches de luna llena.
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